domingo, 15 de noviembre de 2015

Una larga guerra por delante



El mundo aún sigue conmocionado por dos atentados terroristas sucedidos entre las noches del jueves 12 y el viernes 13 de noviembre. Sin embargo,  la prensa occidental ha prestado más atención a los sucedidos en París, debido a que resulta más impactante que una de las capitales principales de Europa haya sufrido una situación tan escalofriante como la sucedida este fin de semana. Igualmente, la proximidad es una de las máximas del periodismo a la hora de dedicar los espacios informativos a un tema en concreto, y esta ocasión no ha sido diferente.

Velas y flores en recuerdo de los fallecidos. AFP
Esto ha provocado que el atentado con explosivos perpetrado en Beirut (Líbano) haya pasado algo más desapercibido en los medios generalistas, aunque personalmente no considero que sea por una cuestión de desmerecer a las víctimas de lugares más alejados de nuestras fronteras, a pesar de que esa sea esa la visión más defendida por miles de internautas que así lo han denunciado en sus espacios en las redes sociales. 

Por otro lado, aunque lo más aflorado en sitios como Facebook haya sido el cubrir de los colores de la bandera francesa la foto de perfil, personalmente prefiero destacar la reflexión que el presidente estadounidense Barack Obama hacía de los pasados atentados en Francia: no ha sido un ataque exclusivo contra Francia, sino contra toda la humanidad y los valores de libertad que defendemos. Por ello, no está de más recordar la importancia de los otros atentados que a veces no dejan huella en las portadas de los principales diarios occidentales, para que en el futuro los medios presten igual atención a los muertos de países que sufren el terrorismo en mayor medida, por desgracia. 

En cualquier caso, el balance de 129 muertos y 99 heridos en estado crítico en los atentados de París al momento de redactar este artículo, y los 43 muertos y más de 200 heridos en dos atentados con bomba en Beirut el pasado jueves reflejan la magnitud de los hechos que se han vivido en las pasadas 48 horas. Además de honrar a los muertos y ofrecer condolencias a los pueblos francés y libanés, en este artículo trataré de dar respuestas a algunas de las preguntas formuladas tras estos graves incidentes, al tiempo que se tratará de contextualizar estos hechos y explicar lo que puede devenir en el futuro.

Ciudadanos franceses, aún en shock tras los atentados. Reuters.
En primer lugar, no me extenderé mucho sobre los datos de los atentados en París, puesto que la repetición de los mismos en todos los medios ha hecho que sean de dominio público. Tres bombas en las afueras del Estadio Saint-Dennis, cuatro tiroteos y una toma de rehenes en la sala de conciertos Bataclan, con la posterior detonación de bombas en su interior, son los principales hechos acontecidos en la fatídica noche. 

Y como igualmente se sabe, los siete terroristas que ejercieron esta violencia indiscriminada contra población inocente pertenecen al grupo terrorista Daesh, nombre que utilizaré para referirme a ellos, puesto que no son un Estado ni realmente son Islámicos (para mayor información, cabe destacar que el nombre Daesh puede interpretarse en lengua árabe como “"el que aplasta algo bajo sus pies" o "el que siembra discordia"). Este grupo ha querido, como ya hicieron al atacar la sede del semanario gráfico Charlie Hebdo, llevar su particular guerra a suelo europeo, e infligir el terror y el miedo en la población occidental.

En cuanto al atentado en Beirut, se trató de dos ataques suicidas con unas cargas explosivas que se detonaron en un barrio de la capital libanesa controlado por la organización Hezbollah. Esta organización está incluida como grupo terrorista en las listas de Estados Unidos, a pesar de que incluye muchas otras secciones de servicios sociales, y de que actualmente es la principal facción de defensa y seguridad del país ante la inoperatividad del gobierno libanés. Sin embargo, el hecho de que hayan sido el principal objetivo de este ataque del Daesh se explica por el hecho de que esta organización ha prestado apoyo armamentístico y de personal a las filas del Ejército sirio comandado por el dictador sirio Bashar al-Assad, que lucha por mantenerse en el poder frente a los ataques de la oposición armada, entre las que se encuentra el Daesh. 

Por tanto, cabe destacar dos cosas a primera vista de estos ataques: en primer lugar, la diferencia entre la arbitrariedad de los atentados perpetrados en la capital parisina, frente a la voluntad específica del Daesh en Beirut de atentar contra uno de sus principales enemigos en la zona, a pesar de que igualmente entre las víctimas mortales se encuentren ciudadanos no pertenecientes al movimiento Hezbollah. En segundo lugar, estos dos ataques separados por 24 horas en dos poblaciones entre las que distan más de 3.000 kilómetros, mientras mantienen cierto control en las provincias del norte de Siria y el sur de Iraq demuestra que, a pesar de que el presidente Obama no lo crea así, el Daesh ha incrementado sus capacidades de actuar. De igual manera, la meticulosidad y preparación de todos los ataques en París dan prueba de su entrenamiento y preparación militar para llevar a cabo su misión principal como organización terrorista de manera precisa y eficaz.

Una vez expuestos los datos principales, un análisis de lo que estos ataques implican desde mi punto de vista. 

Para empezar, aunque afortunadamente muchas personas, especialmente jóvenes, son conscientes de ello, y así lo demuestran en las redes sociales, vale la pena recordarlo: estos terroristas no representan el sentir ni la forma de actuar de la gran mayoría de musulmanes en todo el mundo. De igual manera, es poco acertado y simplista afirmar que la religión musulmana per se es violenta. Para aquellas personas que se afanan en decir que existen pasajes en los textos sagrados del Corán que animan a los creyentes en Allah y su profeta Mahoma  a que eliminen a los infieles que no quieran abrazar las enseñanzas del libro sagrado de los musulmanes, les dejo este video debajo, bastante ilustrativo de la problemática.


Por tanto, como demuestra este buen pasaje de la serie El ala oeste de la Casa Blanca, no se trata de lo que unos escritos de hace miles de años digan que se debe de hacer, sino la interpretación extremista que de ellos hacen los islamistas, pero también los judíos ultraortodoxos que justifican la eliminación del pueblo palestino, los budistas del Estado de Arakan en Myanmar que afirman la necesidad de “librar” a esta área de la presencia de musulmanes de la etnia Rohingya, o los integrantes del Ku Kluk Klan que afirman la supremacía de la raza blanca y la necesidad de erradicar al resto de razas de la Tierra. Nadie pensaría que todos los cristianos, budistas o judíos son violentos o que sus religiones lo son per se, sólo por la actuación de unos individuos que han aplicado la versión más extrema y descontextualizada de las enseñanzas de cada religión. Igualmente, para aquellos que ante esta afirmación digan que entonces es necesario liberarse de todo pensamiento religioso, cabe recordar que los pensamientos políticos son potencialmente igual de nocivos en este aspecto (ETA, IRA, Baader-Meinhoff, Brigate Rosse…), y sin embargo, nadie se plantea abandonar la democracia o la militancia política.

Esto nos lleva al siguiente punto: ¿qué hacemos ahora? Precisamente el hecho de que muchos musulmanes hayan repudiado la violencia ejercida por el Daesh en estos dos ataques, al igual que la última manifestación celebrada por las calles de Kabul (Afganistán) en protesta por la muerte de 7 personas a manos del Daesh, muestran que estamos ante el momento propicio para luchar la particular batalla de ganarse sus corazones y sus mentes, de evitar que los jóvenes musulmanes sigan viendo el terrorismo extremista como la vía de conseguir las demandas de las sociedades de Oriente Medio.

Un militante del Daesh portando la bandera del grupo. Reuters.
La invasión de Iraq y Afganistán por parte de Estados Unidos y otros países de una Alianza que no contaba con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU ni de las propias Naciones Unidas ha creado durante tiempo un clima de cierta tolerancia con las acciones extremas de grupos como Al Qaeda en muchos países de Oriente Medio. Sin embargo, la extrema violencia ejercida por el Daesh no es aceptada por todos con el mismo silencio oportuno que se hacía previamente. Es el momento. Por ello, es necesario calcular con mucha habilidad cuáles deben ser las siguientes acciones. Un error de las mismas proporciones que el provocado por las invasiones post 11-S puede provocar otra década de resentimiento occidental y aceptación de la violencia que amenaza con ser mucho peor que la vivida hasta ahora.

En este sentido, a mi juicio existen dos acciones que deben ser implementadas, y que deberían haber estado en marcha desde hace mucho tiempo, y otra más polémica y arriesgada, que deberá ser repensada y consensuada, para evitar errores del pasado. 

En primer lugar, el foco más importante que debe acentuarse desde Occidente es que la salida principal a esta crisis terrorista impulsada por el Daesh no ha de provenir de la vía armada. Es difícil de aceptar, ya que muchos compatriotas europeos claman venganza y una respuesta rápida al conflicto. Desafortunadamente, cuanto antes asumamos que nos queda una larga guerra por delante, antes estaremos en predisposición de elaborar la ruta a seguir. Y esta, desde mi punto de vista, ha de tener una clave económica por encima de cualquier otra, como explicaré posteriormente. En segundo lugar, debe haber una investigación seria sobre los intereses de los países del Golfo Pérsico, especialmente Arabia Saudita y Qatar, ya que su financiación de grupos armados en Siria ha sido una de las causas de la creación del Daesh. Por último, debe considerarse la posibilidad de la tan temida acción de poner “boots on the ground”; esto es, enviar tropas al norte de Siria y al sur de Iraq, que coordinadas con ambos gobiernos, consigan la expulsión definitiva del Daesh de sus asentamientos.

Aunque aún no existan análisis interesantes desde el sector académico acerca de cómo contrarrestar el terrorismo de Daesh, creemos que vale la pena atender al artículo de Audrey Kurth Cronin “How Al-Qaida ends: The decline and demise of terrorist groups” (Cómo se acaba con Al-Qaeda: el declive y desaparición de grupos terroristas), ya que aunque se refiera al grupo terrorista Al-Qaeda, ofrece claves que puedan aplicarse a este y otros muchos casos de cómo combatir el terrorismo. En este artículo, la autora ofrece siete posibles soluciones al terrorismo que en algún caso han sido eficaces: captura o muerte del líder; fracaso en la transición a la segunda generación del grupo; alcance del objetivo del grupo; transición a un proceso político legítimo; pérdida de apoyo popular; represión; y transición del terrorismo a otro tipo de violencia.

El autodenominado califa, Abu-Bakr al-Baghdadi. AP.
Como puede deducirse, la primera es imposible de conseguir, puesto que aunque tienen como líder a Abu-Bakr al-Baghdadi, se trata de una organización que al igual que el precedente de Al-Qaeda, funcionan como células aisladas, por lo que decapitar a la cúpula no tendría un efecto determinante; el segundo caso aún estaría lejos de conseguir, puesto que se trata de un grupo creado hace apenas dos años; el tercer caso es igualmente inalcanzable, puesto que el objetivo de instaurar un califato estaría muy lejos de conseguir, al igual que sería un escenario lejos de ser deseable; en el cuarto caso, es difícil de creer que un grupo que actúa de la manera que lo hace Daesh, estuviera dispuesto a asumir las reglas del juego político para canalizar sus demandas; y el último, aunque haría desaparecer a este grupo de la lista de terrorismo, tampoco es viable ni deseable que se conviertan en un grupo dedicado al tráfico de personas o a la extorsión, por ejemplo.

Por tanto, nos quedan como objetivos más plausibles la pérdida de apoyo popular y la represión. Como ya hemos mencionado, creemos que el primero ya se está produciendo pero que ha de ser catalizado desde Occidente, y que la manera más viable de hacerlo es de manera económica. Tratar de implantar una democracia por la fuerza no parece la manera más sencilla de conseguirlo, como sí pensaba la administración Bush. Los miles de habitantes de Oriente Medio sin recursos que acuden desesperados al terrorismo como forma de vida ante su imposibilidad de ganarse la vida de una manera honrada no solo no reciben una mano tendida por parte de Occidente, sino que se les bombardea indiscriminadamente. No obstante, como ya comentábamos anteriormente, estamos ante una ventana de oportunidad: muchos jóvenes siguen ingresando, incluso desde Europa, en las filas del Daesh, pero muchos otros repudian la violencia a pesar de estar igual de desesperados económica y políticamente. Si Occidente implementa diversas políticas económicas en la zona y los recursos que destinan no van a parar a las manos de los dirigentes para la compra de más armamento, estaremos creando las bases para que el futuro de Oriente Medio aprenda una nueva forma de vivir, y sea su deseo seguir acumulando libertades y derechos, lo que en su momento llevará a que ellos mismos cambien sus países, como los europeos hicimos con los nuestros cuando fue nuestro momento en la historia. 

No es de extrañar que un país como Túnez, que es el único que ha conseguido reformas democráticas serias tras el proceso llamado “Primavera Árabe” haya estado ayudado por la Unión Europea en aspectos como en la creación de un Estatuto avanzado de relaciones de la UE con este país; con la creación de los llamados Task Forces, que fomentaban las inversiones de instituciones financieras internacionales y del sector privado europeo en Túnez; mediante el programa SPRING que otorgó en el periodo 2011-2013 540 millones de euros a una serie de países, entre los que se encontraba Túnez, para la implementación de reformas democráticas; y el resto de incentivos financieros otorgados por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo con el que se ha estado alimentando a la sociedad civil tunecina, empoderándola para ofrecer una base que finalmente ha ayudado al surgimiento de la democracia en este país. No todo son flores, se podría haber hecho más, y la UE ha actuado de manera confusa y tardía en muchos casos que podrían haber acelerado el proceso en Túnez. Pero al menos se ha desplegado el camino que los tunecinos deberán ahora recorrer hacia un futuro mejor. 

El presidente François Hollande en una visita a Arabia Saudita.
El segundo punto que comentábamos anteriormente se refiere a la necesidad de un mayor control sobre la forma en la que las monarquías del Golfo Pérsico, con especial atención a Arabia Saudita y Qatar, han financiado diversos grupos armados que luchaban contra las fuerzas de Bashar al-Assad en Siria, y que han ido radicalizando sus posturas hasta dar lugar a grupos como el Daesh. De igual manera, el auspicio que un país como Arabia Saudita otorga a la secta wahhabista o salafista, que promulga con el beneplácito de los dirigentes sauditas una versión extremista y radicalizada del Islam en la cual el seguimiento de la Sharia’ y la desconexión de la religión musulmana y sus creyentes con aquello extranjero y ajeno a las enseñanzas primigenias del profeta es obligada. Por tanto, desde los países occidentales, no se puede pactar con estos países que acogen y divulgan creencias contrarias y violentas contra nuestra existencia, por mucho petróleo que puedan intercambiar a cambio de apartar nuestra vista de estas prácticas que están tan íntimamente ligadas con el terrorismo. 

Por último, el punto más controvertido sería el de organizar una invasión armada coordinada con los gobiernos de Iraq y Siria, consensuada en el Consejo de Seguridad de la ONU y con un mandato claro para retirarse del país una vez se haya conseguido el objetivo. Ya aviso que no es de mi mayor agrado esta visión, y pienso que debe ser una opción de último recurso, y en todo caso acompañada por las dos medidas que anunciábamos previamente. No obstante, la posibilidad de que esta invasión sea vista como una nueva implicación de Occidente en la vida musulmana y de los ciudadanos de Oriente Medio, los aliene aún más y los acerque nuevamente al terrorismo, o la posibilidad de que aun logrando el objetivo no se consiga implementar una defensa y una policía efectiva que sea capaz de contener futuros focos de inestabilidad terrorista en estos dos países, y en otros de la zona como Afganistán, hacen que sea una difícil decisión que asumir. Igualmente, el hecho de que muchos de los terroristas que operan en suelo europeo estén ya entre nosotros y no esperando a viajar desde Siria podría contraindicar tal ataque, porque no eliminaría a las células durmientes que esperan volver a atacar en Europa. No obstante, el corte del suministro de fondos e inteligencia que se provocaría al eliminar el contingente principal del grupo en suelo sirio e iraquí obliga a considerar tal acción al menos como plausible.

No obstante, las palabras del presidente de la República de Francia, François Hollande, en los alrededores de Bataclan tras haber terminado la serie de atentados del viernes, en las que hablaba de que se había cometido "un acto de guerra" y que responderan "de manera despiadada ante esta barbarie" ya indican que el camino de una posible represión armada directa contra los asentamientos del Daesh en Siria e Iraq pueden estar más cerca de lo que estaban antes de la noche del viernes. Por tanto, como decía anteriormente, se trata de una guerra que va a durar mucho, y que al igual que el propio terrorismo, que es polifacético, deberá ser respondido de múltiples y coordinadas maneras.  

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