martes, 17 de mayo de 2016

Sykes-Picot, contigo empezó todo

Ayer lunes, 16 de mayo, se conmemoró el centenario del llamado Acuerdo Sykes-Picot, por el cual Gran Bretaña y Francia se proponían repartir su dominio e influencia en Oriente Medio ante una inminente victoria de los aliados en la I Guerra Mundial frente al Eje, en el cual se encontraba el Imperio Otomano. Varios analistas apuntan a este momento y este acuerdo como un punto de inflexión en el devenir de Oriente Medio, y lo señalan como la causa directa de muchos de los conflictos que se han desarrollado en la región en el siglo XX y que perduran hasta nuestros días. En este artículo trataré de explicar los detalles de este acuerdo y cuáles han sido las consecuencias del mismo.

Un arreglo occidental

Situados, como comentaba, en el contexto de una I Guerra Mundial que abocaba a una victoria de los aliados, las dos potencias de esa alianza, Francia y Gran Bretaña, encargaron al ministro inglés Mark Sykes y al diplomático francés François Georges-Picot, la elaboración de un acuerdo que satisficiera a ambas partes. Su propuesta conjunta, que contaba con la aquiescencia de la otra potencia aliada en discordia, Rusia, fue debatida epistolarmente entre el embajador de Francia en Londres, Paul Cambon, y el secretario de la Foreign Office, Edward Grey, los cuales dieron su aprobación, obviamente sin consultar con las tribus y líderes de la zona de Oriente Medio.

Finalmente, se establece mediante este acuerdo que los franceses administrarán de manera directa la zona desde el litoral sirio hasta Anatolia, y que los británicos controlarán directamente la provincia iraquí de Basora y un enclave palestino alrededor de Haifa. Asimismo, Palestina se internacionaliza, y se establecen otras dos áreas con mayor autonomía, pero igualmente bajo influencia de las dos potencias, siendo la zona norte de los Estados árabes independientes hachemitas para los franceses, y la zona sur del mismo para los británicos. Igualmente, acordaban cederse el uno al otro la posibilidad de transporte libre y uso de ciertos puertos sin ponerse trabas entre ambos países en la zona.

El mapa del acuerdo, con las zonas resultantes
El mapa resultante creó unos países artificales con fronteras que no tuvieron en cuenta ninguna referencia a tribus, etnias o partidos religiosos, y que servía puramente a intereses occidentales de
las dos grandes potencias de la época (Gil et al., 2014). Hasta ese momento, todos los países afectados, salvo Líbano, que tenía cierta autonomía, y Egipto, que estaba en manos de los británicos, formaban parte del Imperio Otomano como provincias, con igualdad de derechos y obligaciones que cualquier habitante de Turquía, cosa que no se reproducirá bajo dominio extranjero, lo que supuso una gran regresión para la región (Abbud, 1954).




Aunque el acuerdo en un inicio estaba planteado como un apoyo a la autodeterminación de los árabes y a una futura creación de un Estado o Confederación de Estados Árabes, la intromisión de ambas potencias supuso la primera mediación de potencias occidentales en Oriente Medio. Esto sentó un precedente que, lamentablemente se ha repetido con el tiempo, con diferentes potencias como Estados Unidos, que siguen mediando e inmiscuyéndose en la zona, cuyos habitantes señalan como un agravio, una pretensión de superioridad moral de la democracia y el liberalismo, y un obstáculo para el desarrollo de la región.

Precisamente, fue Estados Unidos, bajo la batuta de su presidente Woodrow Wilson, que se negaba a aceptar un acuerdo que catalogaba de “secreto” y echo a espaldas por sus socios, al tiempo que se eregía en defensor de la autodeterminación de los pueblos e instaba a las potencias aliadas a discutir la materia en la recién creada Sociedad de Naciones, impulsada por el propio Wilson.

Cambios sobre la marcha

La división inicial propuesta por Sykes-Picot se modificó por las demandas francesas de mayor acceso al petróleo en la región. Para ello, los franceses tuvieron que ceder la provincia iraquí de Mosul a los británicos para que éstos pasasen a controlar de facto todo Iraq, y renunciar a la internacionalización de Jerusalén para que también el dominio sobre Palestina quedase en manos de los anglosajones. A cambio, Francia se apoderaría del Líbano y de las regiones costeras y norteñas de Siria, y de un mayor acceso al petróleo.

La división de Oriente Medio en varios Estados no era en sí condenable, ya que los hachemitas habían considerado tal posibilidad desde el comienzo, teniendo en cuenta que en las anteriores décadas el Imperio Otomano se mantuvo en una tensa e irregular estabilidad gracias a la cooptación de nobles, pero este arreglo se llevó a cabo contra la voluntad de las poblaciones (Laurens, 2003).

A pesar de que se comunicaron las intenciones de los aliados en la zona al sharif de La Meca Hussein bin-Ali, y a sus hijos, el Emir Faisal y el príncipe Zeid, ninguno de estos tuvo nunca posibilidad de introducir variaciones en los acuerdos. Esto dio lugar a un auge del nacionalismo árabe que incitó a una revolución contra los ocupantes que causaron bajas y pérdidas materiales, especialmente a Gtan Bretaña, que trató entonces de buscar una solución en el Congreso del Cairo, donde se acordó otorgar al Emir Faisal la categoría de rey en Iraq, con el objetivo de aplacar los ánimos en la región (Abbud, 1954).

Los arreglos no terminaron de definirse hasta posteriores tratados y conferencias. En primer lugar, mediante el Tratado de Sèvres, firmado en 1919, se amparó la dominación francesa y británica en la región bajo la forma de mandatos de la Liga de las Naciones, en una suerte de paternalismo que poco ayudaba a solventar la situación. Y un año más tarde, en la Conferencia de San Remo, se dividió finalmente Oriente Medio en cinco regiones bajo la protección de la Liga de Naciones, siendo así Palestina, Transjordania, Iraq (formada por las provincias de Mosul, Bagdad y Basora), Siria, Líbano y Egipto. Palestina seguía bajo la supervisión británica, que se quedaba a su vez con la administración directa de Iraq, mientras que Siria y Libano quedaban en manos francesas, y Egipto se convertía en independiente (Castro & Seballos, 2014).

Errores difíciles de subsanar

Delegados de la Conferencia de San Remo
Como también es conocido, este reparto de países coincidió con la denominada Declaración de Balfour, auspiciada por los británicos, con el objetivo de crear un “hogar” ("national home") para los judíos en la provincia de Palestina, ante la persecución que sufría la etnia judía en Europa, y el lobby sionista ascendiente en Gran Bretaña acerca de la cuestión. A pesar de que nunca se materializó, fue la primera piedra en el camino para que, finalizada la II Guerra Mundial, se diera lugar a la ocupación judía en la zona, y la creación del actual Estado de Israel, pese a la fuerte oposición armada árabe y las continuas campañas militares.

No obstante, ciertos analistas siguen defendiendo que Sykes-Picot fue realmente el inicio del caos para la región, puesto que dividió a las tribus y clanes de la zona y los dejó inválidos frente a la posterior incursión judía.

Por ello, estos mismos analistas, como el periodista británico David Gardner, opinan que la solución para Oriente Medio pasa por una "recomposición de la región mediante algún tipo de modelo federal o confederal". Si no, los habitantes continuarán abocados a Estados neo-fascistas que siguen, activa o pasivamente, propiciando la creación de islamistas radicales, y a su vez la continua intermediación e intromisión occidental en la zona, en un bucle infinito que no ayuda a que los habitantes de la zona consigan una prosperidad que se les ha negado desde hace ya 100 años.

Miembros del grupo terrorista Daesh
Otros autores en cambio, consideran que la creación de un Estado o confederación árabe donde prime la religión y la distribución clánica no supondrá una mejora en la geopolítica ni en la sociedad, y que es demasiado tarde para deshacer un acuerdo que, a todas luces, fue erróneo. (Gil et al., 2014).
Para concluir, una vez expuesto lo anterior, bajo mi modesto punto de vista, creo que es una tarea casi imposible, por no decir utópica, deshacer la distribución estatal acordada por Sykes-Picot. Cierto es que sigue habiendo tensiones intraestatales por la heterogeneidad social y religiosa de sus poblaciones, y que la culpa de todo ello proviene del infame acuerdo que ayer cumplió 100 años.

Sin embargo, este centenario ha dado lugar a cierto patriotismo dentro de los diferentes países árabes. Los habitantes de Siria, Jordania, Iraq o Arabia Saudita no enarbolarán banderas en la puerta de sus casas como los estadounidenses, ni se les pondrá la piel de gallina al escuchar su himno como los franceses con su Marsellesa. No obstante, se sienten parte de sus países, en unos casos más que otros, y sustituirlos para dar lugar a otros donde convivan con ciudadanos árabes con los que se acumulan agravios por las disputas típicas de la vecindad, no parece muy acertado (¿alguien se imagina a argelíes y marroquíes remando juntos bajo una misma bandera y gobierno?).

No obstante, la situación actual no es la idónea y algo ha de cambiarse. Obviamente no tengo la solución para ello, pero tal vez el dar más poder a la Liga Árabe, otorgar fondos de inversión para desarrollar a los países de la zona, apostar por un mayor peso del poder local, y dejar de inmiscuirse en la partición y creación de territorios en la zona, creo que son buenos puntos de comienzo para resolver las disputas en la región.


Abbud, M. (1954). El Oriente Medio de la primera guerra mundial. Cuadernos de estudios africanos, (28), 53.

Castro Vidal, C. Y., & Seballos Kononovas, F. C. (2014). El rediseño de fronteras en Oriente Medio: la conformación de un nuevo orden regional. In VII Congreso del IRI/I Congreso del CoFEI/II Congreso de la FLAEI (La Plata, 2014).

Gil, J. et al. (2014). La cuestión de nuevas fronteras políticas en Oriente Medio: un peligroso mapa de arena. Documentos IEEE.

Laurens, H. (2003). Cómo se repartió Medio Oriente. Le Monde Diplomatique.


jueves, 26 de noviembre de 2015

Una vergüenza europea



Desde esta tribuna me voy a permitir criticar con dureza a la Unión Europea por cómo está gestionando el conflicto de los refugiados, aun siendo consciente de que es una tarea complicada, y que la propia estructura y los mecanismos de toma de decisiones de la UE juegan un papel importante en el retraso que se ha producido. 

No obstante, como ciudadano europeo, me siento traicionado por un organismo que, a la luz de los acontecimientos, se preocupa más por los datos macroeconómicos de sus socios que de respetar los valores que tan fervientemente dice defender. Según el documento conocido como “A secure Europe in a better world” (Una Europa segura en un mundo mejor), que funciona a modo de Estrategia de Seguridad Nacional, se establece que la UE se compromete a buscar una promoción de los bienes universales de paz, estabilidad, desarrollo y derechos humanos. Asimismo, en el Artículo 1.5 del Tratado de Lisboa, que funciona a modo de Constitución, se afirma que la UE, “en sus relaciones con el resto del mundo […] contribuirá a la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos”.

Estos son sólo ejemplos de los cientos de documentos emitidos desde los organismos pertenecientes a la UE, en los que se trata de proyectar esta imagen de una institución solidaria. Sin embargo, esto ha quedado en papel mojado en los últimos años por experiencias como Ucrania, Libia y, más reciente y más gravemente, Siria

Gráfico sobre el movimiento de refugiados sirios hacia otros países.
Recordemos algunas de las cifras importantes de este conflicto situado en el corazón de Oriente Medio: se trata de una guerra civil abierta entre el dictador que detenta el poder, Bashar al-Assad, y miles de opositores que se manifestaron pacíficamente en un principio contra el régimen, y que finalmente tuvieron que optar por las armas ante la dura represión del dictador. Desde 2011 hasta hoy, y a pesar de que se haya desvanecido de las portadas de los principales medios, la guerra sigue activa, habiendo producido hasta el momento cerca de 300.000 muertos, y desplazando a 11 millones de personas tanto internamente como en otros países. Cuatro de esos once millones se encuentran en países cercanos, siendo Turquía el que más alberga, con cerca de 1,9 millones de refugiados, seguido por Jordania, hasta donde se han movido 630.000 personas; Líbano, un país de apenas cuatro millones de habitantes, que actualmente acoge a más de un millón de refugiados sirios; Iraq, con 250.000 refugiados en país que no ha sabido implantar un modelo de seguridad efectivo desde la guerra abierta por Estados Unidos en 2004, y donde existen asentamientos del grupo terrorista Daesh, del que muchos de estos desplazados huyen por su presencia en Siria; y Egipto, hasta donde han llegado cerca de 150.000 personas. Europa sólo es, por tanto, un destino para los privilegiados que pueden pagar entre 5.000 y 6.000 euros por persona a contrabandistas que les acercan a suelo europeo.
Y por si no fuera suficiente el drama de estas personas que han perdido sus hogares, parte de sus familias, y que viven en campamentos improvisados donde la salud, la educación y la posibilidad de llevar una vida normal brillan por su ausencia, además no están siendo ayudados por los mismos países occidentales que en parte son responsables, bien por acción o por omisión, de lo que sucede en el país de estos desplazados. Y es que la propia agencia de la ONU que se encarga de estas situaciones, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), lleva tiempo alertando de que ya han agotado los 5.600 millones de dólares que habían ingresado de donantes internacionales en alojamiento, alimentación y cuidado de los refugiados sirios, siendo esta cifra la mitad de los que ACNUR había solicitado. Igualmente, de los 4.500 millones de dólares solicitados para este año, por el momento sólo se ha llegado al 37% de ingresos.
Gráfico que señala las cuotas de refugiados que cada país debe acoger.
Así que, además de no contribuir activamente en la solución del conflicto, ni en las consecuencias del mismo, es decir, en dar lugar a una mejora de la vida de los desplazados en los países vecinos, tampoco los acogemos en nuestros países, por miedo a que cambien la composición de nuestras sociedades o supongan un deterioro económico de nuestro ya decaído sistema financiero. ¿Acaso no han supuesto el mismo deterioro para Turquía, Líbano, Jordania o Iraq? ¿Qué nos hace mejores que ellos para negarnos a acogerlos? De hecho, nosotros tenemos más culpa que ellos de lo que ha sucedido en Siria, por la venta de armas que hemos hecho a países que luego han financiado a facciones moderadas y no tan moderadas de la guerra en Siria. ¿Qué nos da derecho a levantar vallas y alambres de espino ante unas personas desesperadas que huyen de un horror que la UE se comprometía en sus miles de Tratados a paliar?

Realmente es una situación que nos está dejando, una vez más, a los europeos como una inoperante masa de burócratas elitistas y sin escrúpulos, que sólo somos capaces de cooperar, armarnos y sacar la cartera y las banderas cuando nos atacan directamente, con todo el respeto para las víctimas de París, y las de tantos otros lugares en los que el terrorismo se está cebando con sus poblaciones.
Uno de los pasos fronterizos en la UE, separados por malla de espina.
Y es una fama que nos tenemos merecida, porque ante una situación tan angustiosa como la que podíamos ver cada día en el telediario desde finales de septiembre, la UE tardó dos semanas en reaccionar mediante un Consejo Extraordinario de los Presidentes de los 27 el 15 de octubre, en el cual, para más colmo, todo lo que se pudo llegar a concretar fueron promesas, que después de más de un mes no se han concretado. A pesar de que no sigamos comiendo con las imágenes de miles de personas tratando de acceder a Europa por las fronteras de Hungría, Grecia y Eslovaquia, estas personas siguen amontonándose ante nuestras puertas sin que salgamos a recibirles como merecen unas personas que huyen de una guerra. Sin embargo, todo lo que se plantea desde la UE es “exploraremos posibilidades para una recepción segura y sostenible…”, “pediremos una mayor contribución a los países miembros a los fondos de ACNUR, el Programa Mundial de Alimentos, etc.”, o “trabajaremos hacia un establecimiento gradual de un sistema integrado de control de fronteras…”, entre otros. Indignante.
Esto se debe a que, como muchos analistas, investigadores, politólogos y sociólogos han apuntado, la UE nunca será un actor internacional completo mientras no resuelva los problemas que tiene para coordinarse tanto en defensa como en proyección internacional. A pesar de todos los intentos que se han hecho, el más importante a través de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), la UE sigue siendo un elefante político, lento y sin una dirección clara, marcado por posibles consensos y acuerdos, que cada vez son menos y más costosos, entre los presidentes de los países miembros. La falta de respuesta ante las primaveras Árabes, ante la crisis de Ucrania y ante la llegada de refugiados a nuestras fronteras son sólo los últimos ejemplos de una trayectoria nefasta de la UE, incapaz de tomar decisiones rápidas y efectivas, salvo que sea en el campo económico.
Soy consciente de que se han introducido cambios que van en la buena dirección: la creación de las figuras de Presidente del Consejo Europeo y de Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, o la creación de un Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), que actué como una embajada y nutra de información a la UE sobre posibles conflictos en otros países, son buenos indicadores de futuro. No obstante, la falta de mandatos claros para estas tres novedades, así como el hecho de que la UE siga manteniendo una posición reactiva en vez de proactiva en materias de seguridad y defensa, sigue lastrando cualquier posibilidad de mejora.
Como bien indicaba Christopher Hill en su artículo “The Capability-Expectations Gap, or Conceptualizing Europe’s International Role” (El vacío entre capacidades y expectativas, o una conceptualización del rol internacional de Europa), la UE sigue teniendo una falta de mecanismos y de capacidades para hacer frente a los retos que se ha marcado. Es cierto que no debe ser una potencia beligerante por sus propios principios fundacionales, pero una incapacidad de respuesta ante crisis que necesitan misiones de defensa o coordinación presupuestaria está haciendo que las expectativas que había puestas en la UE se vayan diluyendo con el tiempo.
Una de las reuniones del Eurogrupo en Bruselas.
Ciertamente, lo que se plantea en este artículo no es fácil de asumir ni de implantar. Realmente es así, porque no se trata de poner en marcha una serie de reuniones y fijar unos presupuestos para esta crisis de refugiados; lo que hace falta es un replanteamiento de la misión de la UE. Ahora mismo, sin saberlo, la Unión y todos sus miembros se encuentran ante una encrucijada: por un lado, pueden dejar de ampliar el espectro de países que se unen a las filas de Bruselas, consensuar con los que realmente estén dispuestos a completar el camino de la Unión Europea hacia un actor internacional total (sí, Reino Unido, me refiero a ti), y dotar de mecanismos de decisión efectivos y capacidades; por otro lado, e igualmente válido, se puede acabar con la visión internacional de la UE en lo que respecta a nivel de política exterior y seguridad, circunscribiéndose a su faceta económica y dejando en manos de la OTAN el apartado de seguridad de los Estados miembros, con la complicación de que algunos de los 27 no forman parte de la Alianza Atlántica y podrían seguir queriendo una protección común sin tener que ingresar en la OTAN.
Sin embargo, mucho me temo que la UE finalmente optará por la tercera vía, la que lleva transitando desde hace años: economía común, defensa y política exterior inefectiva, pequeños gestos de contribución humanitaria, y una extendida sensación de fracaso en sus conciudadanos, que saben que se puede y se debe hacer más para fomentar la paz, la estabilidad y los derechos humanos de los que hace gala la UE en sus documentos.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Una larga guerra por delante



El mundo aún sigue conmocionado por dos atentados terroristas sucedidos entre las noches del jueves 12 y el viernes 13 de noviembre. Sin embargo,  la prensa occidental ha prestado más atención a los sucedidos en París, debido a que resulta más impactante que una de las capitales principales de Europa haya sufrido una situación tan escalofriante como la sucedida este fin de semana. Igualmente, la proximidad es una de las máximas del periodismo a la hora de dedicar los espacios informativos a un tema en concreto, y esta ocasión no ha sido diferente.

Velas y flores en recuerdo de los fallecidos. AFP
Esto ha provocado que el atentado con explosivos perpetrado en Beirut (Líbano) haya pasado algo más desapercibido en los medios generalistas, aunque personalmente no considero que sea por una cuestión de desmerecer a las víctimas de lugares más alejados de nuestras fronteras, a pesar de que esa sea esa la visión más defendida por miles de internautas que así lo han denunciado en sus espacios en las redes sociales. 

Por otro lado, aunque lo más aflorado en sitios como Facebook haya sido el cubrir de los colores de la bandera francesa la foto de perfil, personalmente prefiero destacar la reflexión que el presidente estadounidense Barack Obama hacía de los pasados atentados en Francia: no ha sido un ataque exclusivo contra Francia, sino contra toda la humanidad y los valores de libertad que defendemos. Por ello, no está de más recordar la importancia de los otros atentados que a veces no dejan huella en las portadas de los principales diarios occidentales, para que en el futuro los medios presten igual atención a los muertos de países que sufren el terrorismo en mayor medida, por desgracia. 

En cualquier caso, el balance de 129 muertos y 99 heridos en estado crítico en los atentados de París al momento de redactar este artículo, y los 43 muertos y más de 200 heridos en dos atentados con bomba en Beirut el pasado jueves reflejan la magnitud de los hechos que se han vivido en las pasadas 48 horas. Además de honrar a los muertos y ofrecer condolencias a los pueblos francés y libanés, en este artículo trataré de dar respuestas a algunas de las preguntas formuladas tras estos graves incidentes, al tiempo que se tratará de contextualizar estos hechos y explicar lo que puede devenir en el futuro.

Ciudadanos franceses, aún en shock tras los atentados. Reuters.
En primer lugar, no me extenderé mucho sobre los datos de los atentados en París, puesto que la repetición de los mismos en todos los medios ha hecho que sean de dominio público. Tres bombas en las afueras del Estadio Saint-Dennis, cuatro tiroteos y una toma de rehenes en la sala de conciertos Bataclan, con la posterior detonación de bombas en su interior, son los principales hechos acontecidos en la fatídica noche. 

Y como igualmente se sabe, los siete terroristas que ejercieron esta violencia indiscriminada contra población inocente pertenecen al grupo terrorista Daesh, nombre que utilizaré para referirme a ellos, puesto que no son un Estado ni realmente son Islámicos (para mayor información, cabe destacar que el nombre Daesh puede interpretarse en lengua árabe como “"el que aplasta algo bajo sus pies" o "el que siembra discordia"). Este grupo ha querido, como ya hicieron al atacar la sede del semanario gráfico Charlie Hebdo, llevar su particular guerra a suelo europeo, e infligir el terror y el miedo en la población occidental.

En cuanto al atentado en Beirut, se trató de dos ataques suicidas con unas cargas explosivas que se detonaron en un barrio de la capital libanesa controlado por la organización Hezbollah. Esta organización está incluida como grupo terrorista en las listas de Estados Unidos, a pesar de que incluye muchas otras secciones de servicios sociales, y de que actualmente es la principal facción de defensa y seguridad del país ante la inoperatividad del gobierno libanés. Sin embargo, el hecho de que hayan sido el principal objetivo de este ataque del Daesh se explica por el hecho de que esta organización ha prestado apoyo armamentístico y de personal a las filas del Ejército sirio comandado por el dictador sirio Bashar al-Assad, que lucha por mantenerse en el poder frente a los ataques de la oposición armada, entre las que se encuentra el Daesh. 

Por tanto, cabe destacar dos cosas a primera vista de estos ataques: en primer lugar, la diferencia entre la arbitrariedad de los atentados perpetrados en la capital parisina, frente a la voluntad específica del Daesh en Beirut de atentar contra uno de sus principales enemigos en la zona, a pesar de que igualmente entre las víctimas mortales se encuentren ciudadanos no pertenecientes al movimiento Hezbollah. En segundo lugar, estos dos ataques separados por 24 horas en dos poblaciones entre las que distan más de 3.000 kilómetros, mientras mantienen cierto control en las provincias del norte de Siria y el sur de Iraq demuestra que, a pesar de que el presidente Obama no lo crea así, el Daesh ha incrementado sus capacidades de actuar. De igual manera, la meticulosidad y preparación de todos los ataques en París dan prueba de su entrenamiento y preparación militar para llevar a cabo su misión principal como organización terrorista de manera precisa y eficaz.

Una vez expuestos los datos principales, un análisis de lo que estos ataques implican desde mi punto de vista. 

Para empezar, aunque afortunadamente muchas personas, especialmente jóvenes, son conscientes de ello, y así lo demuestran en las redes sociales, vale la pena recordarlo: estos terroristas no representan el sentir ni la forma de actuar de la gran mayoría de musulmanes en todo el mundo. De igual manera, es poco acertado y simplista afirmar que la religión musulmana per se es violenta. Para aquellas personas que se afanan en decir que existen pasajes en los textos sagrados del Corán que animan a los creyentes en Allah y su profeta Mahoma  a que eliminen a los infieles que no quieran abrazar las enseñanzas del libro sagrado de los musulmanes, les dejo este video debajo, bastante ilustrativo de la problemática.


Por tanto, como demuestra este buen pasaje de la serie El ala oeste de la Casa Blanca, no se trata de lo que unos escritos de hace miles de años digan que se debe de hacer, sino la interpretación extremista que de ellos hacen los islamistas, pero también los judíos ultraortodoxos que justifican la eliminación del pueblo palestino, los budistas del Estado de Arakan en Myanmar que afirman la necesidad de “librar” a esta área de la presencia de musulmanes de la etnia Rohingya, o los integrantes del Ku Kluk Klan que afirman la supremacía de la raza blanca y la necesidad de erradicar al resto de razas de la Tierra. Nadie pensaría que todos los cristianos, budistas o judíos son violentos o que sus religiones lo son per se, sólo por la actuación de unos individuos que han aplicado la versión más extrema y descontextualizada de las enseñanzas de cada religión. Igualmente, para aquellos que ante esta afirmación digan que entonces es necesario liberarse de todo pensamiento religioso, cabe recordar que los pensamientos políticos son potencialmente igual de nocivos en este aspecto (ETA, IRA, Baader-Meinhoff, Brigate Rosse…), y sin embargo, nadie se plantea abandonar la democracia o la militancia política.

Esto nos lleva al siguiente punto: ¿qué hacemos ahora? Precisamente el hecho de que muchos musulmanes hayan repudiado la violencia ejercida por el Daesh en estos dos ataques, al igual que la última manifestación celebrada por las calles de Kabul (Afganistán) en protesta por la muerte de 7 personas a manos del Daesh, muestran que estamos ante el momento propicio para luchar la particular batalla de ganarse sus corazones y sus mentes, de evitar que los jóvenes musulmanes sigan viendo el terrorismo extremista como la vía de conseguir las demandas de las sociedades de Oriente Medio.

Un militante del Daesh portando la bandera del grupo. Reuters.
La invasión de Iraq y Afganistán por parte de Estados Unidos y otros países de una Alianza que no contaba con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU ni de las propias Naciones Unidas ha creado durante tiempo un clima de cierta tolerancia con las acciones extremas de grupos como Al Qaeda en muchos países de Oriente Medio. Sin embargo, la extrema violencia ejercida por el Daesh no es aceptada por todos con el mismo silencio oportuno que se hacía previamente. Es el momento. Por ello, es necesario calcular con mucha habilidad cuáles deben ser las siguientes acciones. Un error de las mismas proporciones que el provocado por las invasiones post 11-S puede provocar otra década de resentimiento occidental y aceptación de la violencia que amenaza con ser mucho peor que la vivida hasta ahora.

En este sentido, a mi juicio existen dos acciones que deben ser implementadas, y que deberían haber estado en marcha desde hace mucho tiempo, y otra más polémica y arriesgada, que deberá ser repensada y consensuada, para evitar errores del pasado. 

En primer lugar, el foco más importante que debe acentuarse desde Occidente es que la salida principal a esta crisis terrorista impulsada por el Daesh no ha de provenir de la vía armada. Es difícil de aceptar, ya que muchos compatriotas europeos claman venganza y una respuesta rápida al conflicto. Desafortunadamente, cuanto antes asumamos que nos queda una larga guerra por delante, antes estaremos en predisposición de elaborar la ruta a seguir. Y esta, desde mi punto de vista, ha de tener una clave económica por encima de cualquier otra, como explicaré posteriormente. En segundo lugar, debe haber una investigación seria sobre los intereses de los países del Golfo Pérsico, especialmente Arabia Saudita y Qatar, ya que su financiación de grupos armados en Siria ha sido una de las causas de la creación del Daesh. Por último, debe considerarse la posibilidad de la tan temida acción de poner “boots on the ground”; esto es, enviar tropas al norte de Siria y al sur de Iraq, que coordinadas con ambos gobiernos, consigan la expulsión definitiva del Daesh de sus asentamientos.

Aunque aún no existan análisis interesantes desde el sector académico acerca de cómo contrarrestar el terrorismo de Daesh, creemos que vale la pena atender al artículo de Audrey Kurth Cronin “How Al-Qaida ends: The decline and demise of terrorist groups” (Cómo se acaba con Al-Qaeda: el declive y desaparición de grupos terroristas), ya que aunque se refiera al grupo terrorista Al-Qaeda, ofrece claves que puedan aplicarse a este y otros muchos casos de cómo combatir el terrorismo. En este artículo, la autora ofrece siete posibles soluciones al terrorismo que en algún caso han sido eficaces: captura o muerte del líder; fracaso en la transición a la segunda generación del grupo; alcance del objetivo del grupo; transición a un proceso político legítimo; pérdida de apoyo popular; represión; y transición del terrorismo a otro tipo de violencia.

El autodenominado califa, Abu-Bakr al-Baghdadi. AP.
Como puede deducirse, la primera es imposible de conseguir, puesto que aunque tienen como líder a Abu-Bakr al-Baghdadi, se trata de una organización que al igual que el precedente de Al-Qaeda, funcionan como células aisladas, por lo que decapitar a la cúpula no tendría un efecto determinante; el segundo caso aún estaría lejos de conseguir, puesto que se trata de un grupo creado hace apenas dos años; el tercer caso es igualmente inalcanzable, puesto que el objetivo de instaurar un califato estaría muy lejos de conseguir, al igual que sería un escenario lejos de ser deseable; en el cuarto caso, es difícil de creer que un grupo que actúa de la manera que lo hace Daesh, estuviera dispuesto a asumir las reglas del juego político para canalizar sus demandas; y el último, aunque haría desaparecer a este grupo de la lista de terrorismo, tampoco es viable ni deseable que se conviertan en un grupo dedicado al tráfico de personas o a la extorsión, por ejemplo.

Por tanto, nos quedan como objetivos más plausibles la pérdida de apoyo popular y la represión. Como ya hemos mencionado, creemos que el primero ya se está produciendo pero que ha de ser catalizado desde Occidente, y que la manera más viable de hacerlo es de manera económica. Tratar de implantar una democracia por la fuerza no parece la manera más sencilla de conseguirlo, como sí pensaba la administración Bush. Los miles de habitantes de Oriente Medio sin recursos que acuden desesperados al terrorismo como forma de vida ante su imposibilidad de ganarse la vida de una manera honrada no solo no reciben una mano tendida por parte de Occidente, sino que se les bombardea indiscriminadamente. No obstante, como ya comentábamos anteriormente, estamos ante una ventana de oportunidad: muchos jóvenes siguen ingresando, incluso desde Europa, en las filas del Daesh, pero muchos otros repudian la violencia a pesar de estar igual de desesperados económica y políticamente. Si Occidente implementa diversas políticas económicas en la zona y los recursos que destinan no van a parar a las manos de los dirigentes para la compra de más armamento, estaremos creando las bases para que el futuro de Oriente Medio aprenda una nueva forma de vivir, y sea su deseo seguir acumulando libertades y derechos, lo que en su momento llevará a que ellos mismos cambien sus países, como los europeos hicimos con los nuestros cuando fue nuestro momento en la historia. 

No es de extrañar que un país como Túnez, que es el único que ha conseguido reformas democráticas serias tras el proceso llamado “Primavera Árabe” haya estado ayudado por la Unión Europea en aspectos como en la creación de un Estatuto avanzado de relaciones de la UE con este país; con la creación de los llamados Task Forces, que fomentaban las inversiones de instituciones financieras internacionales y del sector privado europeo en Túnez; mediante el programa SPRING que otorgó en el periodo 2011-2013 540 millones de euros a una serie de países, entre los que se encontraba Túnez, para la implementación de reformas democráticas; y el resto de incentivos financieros otorgados por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo con el que se ha estado alimentando a la sociedad civil tunecina, empoderándola para ofrecer una base que finalmente ha ayudado al surgimiento de la democracia en este país. No todo son flores, se podría haber hecho más, y la UE ha actuado de manera confusa y tardía en muchos casos que podrían haber acelerado el proceso en Túnez. Pero al menos se ha desplegado el camino que los tunecinos deberán ahora recorrer hacia un futuro mejor. 

El presidente François Hollande en una visita a Arabia Saudita.
El segundo punto que comentábamos anteriormente se refiere a la necesidad de un mayor control sobre la forma en la que las monarquías del Golfo Pérsico, con especial atención a Arabia Saudita y Qatar, han financiado diversos grupos armados que luchaban contra las fuerzas de Bashar al-Assad en Siria, y que han ido radicalizando sus posturas hasta dar lugar a grupos como el Daesh. De igual manera, el auspicio que un país como Arabia Saudita otorga a la secta wahhabista o salafista, que promulga con el beneplácito de los dirigentes sauditas una versión extremista y radicalizada del Islam en la cual el seguimiento de la Sharia’ y la desconexión de la religión musulmana y sus creyentes con aquello extranjero y ajeno a las enseñanzas primigenias del profeta es obligada. Por tanto, desde los países occidentales, no se puede pactar con estos países que acogen y divulgan creencias contrarias y violentas contra nuestra existencia, por mucho petróleo que puedan intercambiar a cambio de apartar nuestra vista de estas prácticas que están tan íntimamente ligadas con el terrorismo. 

Por último, el punto más controvertido sería el de organizar una invasión armada coordinada con los gobiernos de Iraq y Siria, consensuada en el Consejo de Seguridad de la ONU y con un mandato claro para retirarse del país una vez se haya conseguido el objetivo. Ya aviso que no es de mi mayor agrado esta visión, y pienso que debe ser una opción de último recurso, y en todo caso acompañada por las dos medidas que anunciábamos previamente. No obstante, la posibilidad de que esta invasión sea vista como una nueva implicación de Occidente en la vida musulmana y de los ciudadanos de Oriente Medio, los aliene aún más y los acerque nuevamente al terrorismo, o la posibilidad de que aun logrando el objetivo no se consiga implementar una defensa y una policía efectiva que sea capaz de contener futuros focos de inestabilidad terrorista en estos dos países, y en otros de la zona como Afganistán, hacen que sea una difícil decisión que asumir. Igualmente, el hecho de que muchos de los terroristas que operan en suelo europeo estén ya entre nosotros y no esperando a viajar desde Siria podría contraindicar tal ataque, porque no eliminaría a las células durmientes que esperan volver a atacar en Europa. No obstante, el corte del suministro de fondos e inteligencia que se provocaría al eliminar el contingente principal del grupo en suelo sirio e iraquí obliga a considerar tal acción al menos como plausible.

No obstante, las palabras del presidente de la República de Francia, François Hollande, en los alrededores de Bataclan tras haber terminado la serie de atentados del viernes, en las que hablaba de que se había cometido "un acto de guerra" y que responderan "de manera despiadada ante esta barbarie" ya indican que el camino de una posible represión armada directa contra los asentamientos del Daesh en Siria e Iraq pueden estar más cerca de lo que estaban antes de la noche del viernes. Por tanto, como decía anteriormente, se trata de una guerra que va a durar mucho, y que al igual que el propio terrorismo, que es polifacético, deberá ser respondido de múltiples y coordinadas maneras.