Desde esta tribuna me voy a permitir criticar con dureza a la
Unión Europea por cómo está gestionando el conflicto de los refugiados, aun
siendo consciente de que es una tarea complicada, y que la propia estructura y
los mecanismos de toma de decisiones de la UE juegan un papel importante en el
retraso que se ha producido.
No obstante, como ciudadano europeo, me siento traicionado por
un organismo que, a la luz de los acontecimientos, se preocupa más por los
datos macroeconómicos de sus socios que de respetar los valores que tan
fervientemente dice defender. Según el documento conocido como “A secure Europe
in a better world” (Una Europa segura en un mundo mejor), que funciona a modo
de Estrategia de Seguridad Nacional, se establece que la UE se compromete a
buscar una promoción de los bienes universales de paz, estabilidad, desarrollo
y derechos humanos. Asimismo, en el Artículo 1.5 del Tratado de Lisboa, que
funciona a modo de Constitución, se afirma que la UE, “en sus relaciones con el
resto del mundo […] contribuirá a la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible
del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio
libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos
humanos”.
Estos son sólo ejemplos de los cientos de documentos emitidos
desde los organismos pertenecientes a la UE, en los que se trata de proyectar
esta imagen de una institución solidaria. Sin embargo, esto ha quedado en papel
mojado en los últimos años por experiencias como Ucrania, Libia y, más reciente
y más gravemente, Siria.
Gráfico sobre el movimiento de refugiados sirios hacia otros países. |
Recordemos algunas de las cifras importantes de
este conflicto situado en el corazón de Oriente Medio: se trata de una guerra
civil abierta entre el dictador que detenta el poder, Bashar al-Assad, y miles
de opositores que se manifestaron pacíficamente en un principio contra el
régimen, y que finalmente tuvieron que optar por las armas ante la dura
represión del dictador. Desde 2011 hasta hoy, y a pesar de que se haya
desvanecido de las portadas de los principales medios, la guerra sigue activa,
habiendo producido hasta el momento cerca de 300.000 muertos, y desplazando a
11 millones de personas tanto internamente como en otros países. Cuatro de esos once millones se encuentran en países cercanos, siendo Turquía el que más
alberga, con cerca de 1,9 millones de refugiados, seguido por Jordania, hasta
donde se han movido 630.000 personas; Líbano, un país de apenas cuatro millones
de habitantes, que actualmente acoge a más de un millón de refugiados sirios; Iraq,
con 250.000 refugiados en país que no ha sabido implantar un modelo de
seguridad efectivo desde la guerra abierta por Estados Unidos en 2004, y donde
existen asentamientos del grupo terrorista Daesh, del que muchos de estos
desplazados huyen por su presencia en Siria; y Egipto, hasta donde han llegado
cerca de 150.000 personas. Europa sólo es, por tanto, un destino para los
privilegiados que pueden pagar entre 5.000 y 6.000 euros por persona a
contrabandistas que les acercan a suelo europeo.
Y por si no fuera suficiente el drama de estas
personas que han perdido sus hogares, parte de sus familias, y que viven en
campamentos improvisados donde la salud, la educación y la posibilidad de
llevar una vida normal brillan por su ausencia, además no están siendo ayudados
por los mismos países occidentales que en parte son responsables, bien por
acción o por omisión, de lo que sucede en el país de estos desplazados. Y es
que la propia agencia de la ONU que se encarga de estas situaciones, el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), lleva tiempo
alertando de que ya han agotado los 5.600 millones de dólares que habían
ingresado de donantes internacionales en alojamiento, alimentación y cuidado de
los refugiados sirios, siendo esta cifra la mitad de los que ACNUR había
solicitado. Igualmente, de los 4.500 millones de dólares solicitados para este
año, por el momento sólo se ha llegado al 37% de ingresos.
Gráfico que señala las cuotas de refugiados que cada país debe acoger. |
Así que, además de no contribuir activamente en
la solución del conflicto, ni en las consecuencias del mismo, es decir, en dar
lugar a una mejora de la vida de los desplazados en los países vecinos, tampoco
los acogemos en nuestros países, por miedo a que cambien la composición de
nuestras sociedades o supongan un deterioro económico de nuestro ya decaído
sistema financiero. ¿Acaso no han supuesto el mismo deterioro para Turquía,
Líbano, Jordania o Iraq? ¿Qué nos hace mejores que ellos para negarnos a
acogerlos? De hecho, nosotros tenemos más culpa que ellos de lo que ha sucedido
en Siria, por la venta de armas que hemos hecho a países que luego han
financiado a facciones moderadas y no tan moderadas de la guerra en Siria. ¿Qué
nos da derecho a levantar vallas y alambres de espino ante unas personas
desesperadas que huyen de un horror que la UE se comprometía en sus miles de
Tratados a paliar?
Realmente es una situación que nos está
dejando, una vez más, a los europeos como una inoperante masa de burócratas
elitistas y sin escrúpulos, que sólo somos capaces de cooperar, armarnos y
sacar la cartera y las banderas cuando nos atacan directamente, con todo el
respeto para las víctimas de París, y las de tantos otros lugares en los que el
terrorismo se está cebando con sus poblaciones.
Uno de los pasos fronterizos en la UE, separados por malla de espina. |
Y es una fama que nos tenemos merecida, porque
ante una situación tan angustiosa como la que podíamos ver cada día en el
telediario desde finales de septiembre, la UE tardó dos semanas en reaccionar
mediante un Consejo Extraordinario de los Presidentes de los 27 el 15 de
octubre, en el cual, para más colmo, todo lo que se pudo llegar a concretar
fueron promesas, que después de más de un mes no se han concretado. A pesar de
que no sigamos comiendo con las imágenes de miles de personas tratando de
acceder a Europa por las fronteras de Hungría, Grecia y Eslovaquia, estas
personas siguen amontonándose ante nuestras puertas sin que salgamos a
recibirles como merecen unas personas que huyen de una guerra. Sin embargo,
todo lo que se plantea desde la UE es “exploraremos posibilidades para una
recepción segura y sostenible…”, “pediremos una mayor contribución a los países
miembros a los fondos de ACNUR, el Programa Mundial de Alimentos, etc.”, o “trabajaremos
hacia un establecimiento gradual de un sistema integrado de control de
fronteras…”, entre otros. Indignante.
Esto se debe a que, como muchos analistas,
investigadores, politólogos y sociólogos han apuntado, la UE nunca será un
actor internacional completo mientras no resuelva los problemas que tiene para
coordinarse tanto en defensa como en proyección internacional. A pesar de todos
los intentos que se han hecho, el más importante a través de la Política
Exterior y de Seguridad Común (PESC), la UE sigue siendo un elefante político,
lento y sin una dirección clara, marcado por posibles consensos y acuerdos, que
cada vez son menos y más costosos, entre los presidentes de los países miembros.
La falta de respuesta ante las primaveras Árabes, ante la crisis de Ucrania y
ante la llegada de refugiados a nuestras fronteras son sólo los últimos
ejemplos de una trayectoria nefasta de la UE, incapaz de tomar decisiones
rápidas y efectivas, salvo que sea en el campo económico.
Soy consciente de que se han introducido
cambios que van en la buena dirección: la creación de las figuras de Presidente
del Consejo Europeo y de Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores
y Política de Seguridad, o la creación de un Servicio Europeo de Acción
Exterior (SEAE), que actué como una embajada y nutra de información a la UE
sobre posibles conflictos en otros países, son buenos indicadores de futuro. No
obstante, la falta de mandatos claros para estas tres novedades, así como el
hecho de que la UE siga manteniendo una posición reactiva en vez de proactiva
en materias de seguridad y defensa, sigue lastrando cualquier posibilidad de
mejora.
Como bien indicaba Christopher Hill en su
artículo “The Capability-Expectations Gap, or Conceptualizing Europe’s
International Role” (El vacío entre capacidades y expectativas, o una
conceptualización del rol internacional de Europa), la UE sigue teniendo una
falta de mecanismos y de capacidades para hacer frente a los retos que se ha marcado.
Es cierto que no debe ser una potencia beligerante por sus propios principios
fundacionales, pero una incapacidad de respuesta ante crisis que necesitan
misiones de defensa o coordinación presupuestaria está haciendo que las
expectativas que había puestas en la UE se vayan diluyendo con el tiempo.
Una de las reuniones del Eurogrupo en Bruselas. |
Ciertamente, lo que se plantea en este artículo
no es fácil de asumir ni de implantar. Realmente es así, porque no se trata de poner
en marcha una serie de reuniones y fijar unos presupuestos para esta crisis de
refugiados; lo que hace falta es un replanteamiento de la misión de la UE.
Ahora mismo, sin saberlo, la Unión y todos sus miembros se encuentran ante una
encrucijada: por un lado, pueden dejar de ampliar el espectro de países que se
unen a las filas de Bruselas, consensuar con los que realmente estén dispuestos
a completar el camino de la Unión Europea hacia un actor internacional total
(sí, Reino Unido, me refiero a ti), y dotar de mecanismos de decisión efectivos
y capacidades; por otro lado, e igualmente válido, se puede acabar con la
visión internacional de la UE en lo que respecta a nivel de política exterior y
seguridad, circunscribiéndose a su faceta económica y dejando en manos de la
OTAN el apartado de seguridad de los Estados miembros, con la complicación de
que algunos de los 27 no forman parte de la Alianza Atlántica y podrían seguir
queriendo una protección común sin tener que ingresar en la OTAN.
Sin embargo, mucho me temo que la UE finalmente
optará por la tercera vía, la que lleva transitando desde hace años: economía
común, defensa y política exterior inefectiva, pequeños gestos de contribución
humanitaria, y una extendida sensación de fracaso en sus conciudadanos, que
saben que se puede y se debe hacer más para fomentar la paz, la estabilidad y
los derechos humanos de los que hace gala la UE en sus documentos.
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