jueves, 26 de noviembre de 2015

Una vergüenza europea



Desde esta tribuna me voy a permitir criticar con dureza a la Unión Europea por cómo está gestionando el conflicto de los refugiados, aun siendo consciente de que es una tarea complicada, y que la propia estructura y los mecanismos de toma de decisiones de la UE juegan un papel importante en el retraso que se ha producido. 

No obstante, como ciudadano europeo, me siento traicionado por un organismo que, a la luz de los acontecimientos, se preocupa más por los datos macroeconómicos de sus socios que de respetar los valores que tan fervientemente dice defender. Según el documento conocido como “A secure Europe in a better world” (Una Europa segura en un mundo mejor), que funciona a modo de Estrategia de Seguridad Nacional, se establece que la UE se compromete a buscar una promoción de los bienes universales de paz, estabilidad, desarrollo y derechos humanos. Asimismo, en el Artículo 1.5 del Tratado de Lisboa, que funciona a modo de Constitución, se afirma que la UE, “en sus relaciones con el resto del mundo […] contribuirá a la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, el comercio libre y justo, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos”.

Estos son sólo ejemplos de los cientos de documentos emitidos desde los organismos pertenecientes a la UE, en los que se trata de proyectar esta imagen de una institución solidaria. Sin embargo, esto ha quedado en papel mojado en los últimos años por experiencias como Ucrania, Libia y, más reciente y más gravemente, Siria

Gráfico sobre el movimiento de refugiados sirios hacia otros países.
Recordemos algunas de las cifras importantes de este conflicto situado en el corazón de Oriente Medio: se trata de una guerra civil abierta entre el dictador que detenta el poder, Bashar al-Assad, y miles de opositores que se manifestaron pacíficamente en un principio contra el régimen, y que finalmente tuvieron que optar por las armas ante la dura represión del dictador. Desde 2011 hasta hoy, y a pesar de que se haya desvanecido de las portadas de los principales medios, la guerra sigue activa, habiendo producido hasta el momento cerca de 300.000 muertos, y desplazando a 11 millones de personas tanto internamente como en otros países. Cuatro de esos once millones se encuentran en países cercanos, siendo Turquía el que más alberga, con cerca de 1,9 millones de refugiados, seguido por Jordania, hasta donde se han movido 630.000 personas; Líbano, un país de apenas cuatro millones de habitantes, que actualmente acoge a más de un millón de refugiados sirios; Iraq, con 250.000 refugiados en país que no ha sabido implantar un modelo de seguridad efectivo desde la guerra abierta por Estados Unidos en 2004, y donde existen asentamientos del grupo terrorista Daesh, del que muchos de estos desplazados huyen por su presencia en Siria; y Egipto, hasta donde han llegado cerca de 150.000 personas. Europa sólo es, por tanto, un destino para los privilegiados que pueden pagar entre 5.000 y 6.000 euros por persona a contrabandistas que les acercan a suelo europeo.
Y por si no fuera suficiente el drama de estas personas que han perdido sus hogares, parte de sus familias, y que viven en campamentos improvisados donde la salud, la educación y la posibilidad de llevar una vida normal brillan por su ausencia, además no están siendo ayudados por los mismos países occidentales que en parte son responsables, bien por acción o por omisión, de lo que sucede en el país de estos desplazados. Y es que la propia agencia de la ONU que se encarga de estas situaciones, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), lleva tiempo alertando de que ya han agotado los 5.600 millones de dólares que habían ingresado de donantes internacionales en alojamiento, alimentación y cuidado de los refugiados sirios, siendo esta cifra la mitad de los que ACNUR había solicitado. Igualmente, de los 4.500 millones de dólares solicitados para este año, por el momento sólo se ha llegado al 37% de ingresos.
Gráfico que señala las cuotas de refugiados que cada país debe acoger.
Así que, además de no contribuir activamente en la solución del conflicto, ni en las consecuencias del mismo, es decir, en dar lugar a una mejora de la vida de los desplazados en los países vecinos, tampoco los acogemos en nuestros países, por miedo a que cambien la composición de nuestras sociedades o supongan un deterioro económico de nuestro ya decaído sistema financiero. ¿Acaso no han supuesto el mismo deterioro para Turquía, Líbano, Jordania o Iraq? ¿Qué nos hace mejores que ellos para negarnos a acogerlos? De hecho, nosotros tenemos más culpa que ellos de lo que ha sucedido en Siria, por la venta de armas que hemos hecho a países que luego han financiado a facciones moderadas y no tan moderadas de la guerra en Siria. ¿Qué nos da derecho a levantar vallas y alambres de espino ante unas personas desesperadas que huyen de un horror que la UE se comprometía en sus miles de Tratados a paliar?

Realmente es una situación que nos está dejando, una vez más, a los europeos como una inoperante masa de burócratas elitistas y sin escrúpulos, que sólo somos capaces de cooperar, armarnos y sacar la cartera y las banderas cuando nos atacan directamente, con todo el respeto para las víctimas de París, y las de tantos otros lugares en los que el terrorismo se está cebando con sus poblaciones.
Uno de los pasos fronterizos en la UE, separados por malla de espina.
Y es una fama que nos tenemos merecida, porque ante una situación tan angustiosa como la que podíamos ver cada día en el telediario desde finales de septiembre, la UE tardó dos semanas en reaccionar mediante un Consejo Extraordinario de los Presidentes de los 27 el 15 de octubre, en el cual, para más colmo, todo lo que se pudo llegar a concretar fueron promesas, que después de más de un mes no se han concretado. A pesar de que no sigamos comiendo con las imágenes de miles de personas tratando de acceder a Europa por las fronteras de Hungría, Grecia y Eslovaquia, estas personas siguen amontonándose ante nuestras puertas sin que salgamos a recibirles como merecen unas personas que huyen de una guerra. Sin embargo, todo lo que se plantea desde la UE es “exploraremos posibilidades para una recepción segura y sostenible…”, “pediremos una mayor contribución a los países miembros a los fondos de ACNUR, el Programa Mundial de Alimentos, etc.”, o “trabajaremos hacia un establecimiento gradual de un sistema integrado de control de fronteras…”, entre otros. Indignante.
Esto se debe a que, como muchos analistas, investigadores, politólogos y sociólogos han apuntado, la UE nunca será un actor internacional completo mientras no resuelva los problemas que tiene para coordinarse tanto en defensa como en proyección internacional. A pesar de todos los intentos que se han hecho, el más importante a través de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), la UE sigue siendo un elefante político, lento y sin una dirección clara, marcado por posibles consensos y acuerdos, que cada vez son menos y más costosos, entre los presidentes de los países miembros. La falta de respuesta ante las primaveras Árabes, ante la crisis de Ucrania y ante la llegada de refugiados a nuestras fronteras son sólo los últimos ejemplos de una trayectoria nefasta de la UE, incapaz de tomar decisiones rápidas y efectivas, salvo que sea en el campo económico.
Soy consciente de que se han introducido cambios que van en la buena dirección: la creación de las figuras de Presidente del Consejo Europeo y de Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, o la creación de un Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), que actué como una embajada y nutra de información a la UE sobre posibles conflictos en otros países, son buenos indicadores de futuro. No obstante, la falta de mandatos claros para estas tres novedades, así como el hecho de que la UE siga manteniendo una posición reactiva en vez de proactiva en materias de seguridad y defensa, sigue lastrando cualquier posibilidad de mejora.
Como bien indicaba Christopher Hill en su artículo “The Capability-Expectations Gap, or Conceptualizing Europe’s International Role” (El vacío entre capacidades y expectativas, o una conceptualización del rol internacional de Europa), la UE sigue teniendo una falta de mecanismos y de capacidades para hacer frente a los retos que se ha marcado. Es cierto que no debe ser una potencia beligerante por sus propios principios fundacionales, pero una incapacidad de respuesta ante crisis que necesitan misiones de defensa o coordinación presupuestaria está haciendo que las expectativas que había puestas en la UE se vayan diluyendo con el tiempo.
Una de las reuniones del Eurogrupo en Bruselas.
Ciertamente, lo que se plantea en este artículo no es fácil de asumir ni de implantar. Realmente es así, porque no se trata de poner en marcha una serie de reuniones y fijar unos presupuestos para esta crisis de refugiados; lo que hace falta es un replanteamiento de la misión de la UE. Ahora mismo, sin saberlo, la Unión y todos sus miembros se encuentran ante una encrucijada: por un lado, pueden dejar de ampliar el espectro de países que se unen a las filas de Bruselas, consensuar con los que realmente estén dispuestos a completar el camino de la Unión Europea hacia un actor internacional total (sí, Reino Unido, me refiero a ti), y dotar de mecanismos de decisión efectivos y capacidades; por otro lado, e igualmente válido, se puede acabar con la visión internacional de la UE en lo que respecta a nivel de política exterior y seguridad, circunscribiéndose a su faceta económica y dejando en manos de la OTAN el apartado de seguridad de los Estados miembros, con la complicación de que algunos de los 27 no forman parte de la Alianza Atlántica y podrían seguir queriendo una protección común sin tener que ingresar en la OTAN.
Sin embargo, mucho me temo que la UE finalmente optará por la tercera vía, la que lleva transitando desde hace años: economía común, defensa y política exterior inefectiva, pequeños gestos de contribución humanitaria, y una extendida sensación de fracaso en sus conciudadanos, que saben que se puede y se debe hacer más para fomentar la paz, la estabilidad y los derechos humanos de los que hace gala la UE en sus documentos.

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